Los hombres somos estúpidos
Suena mal pero es cierto: los hombres estamos en clara desventaja en nuestra relación diaria con las mujeres. Intentamos parecer superados y seguros de nosotros mismos, "ganadores", pero por más que fingimos con moderada eficacia no podemos escapar de la gravitación que ejercen sobre nosotros esos seres a los que denostamos y criticamos casi cada día.Ya sé que no estoy descubriendo nada, nuestra debilidad por el "sexo débil" es ampliamente conocida y explotada por publicistas de todo el mundo, que utilizan a las mujeres-objeto para vendernos desde helados a coches, pasando por perfumes, relojes, desodorantes, tonos para el móbil y hasta compañías aéreas!
Los ejemplos abundan y son dolorosos de recordar y citar. Las chicas más guapas conseguían que todos los compañeros las ayudasen en la facultad, las camareras consiguen que comamos y bebamos cualquier error u omisión que cometan, las cajeras del supermercado se quedan nuestro cambio - puede que en catalunya no ;-) - y es completamente imposible que una tía buena se pierda en una gran ciudad: habrá decenas de hombres ansiosos de ayudarlas y de acompañarlas hasta casa si es necesario, aunque nos tengamos que desviar kilómetros de nuestro destino. No nos importa. Nos conformamos con una sonrisa.
El más patético de los expectáculos que podemos ofrecer es el de uno de nosotros, un hombre, arrastrado al escenario de un local de strip-tease. Es entonces cuando vemos hasta que punto una mujer que se lo proponga puede abusar de un hombre, que a la postre se lo pasa bien (o eso cree) mientras suda copiosamente y el corazón (y puede que algo más) se le dispara. Ese hombre tiene claro en todo momento que "acá no pasa nada", pero igual no puede con él, se rinde y se deja llevar. A veces tengo la tentación de pasarme al "lado místico", y hasta puedo ver cómo un flujo de energía abandona su cuerpo (el de él) y es inmediatamente absorbido por la fémina de turno. Es eso o es que ya llevo más cubatas de los que debiera.
Lo peor es que las mujeres lo saben, y las más listas se aprovechan cruelmente de nuestra debilidad y consiguen de nosotros cualquier cosa que deseen con el mayor descaro. Ni siquiera necesitan rebajarse o fingir ser accesibles, no no, les basta la más mínima insinuación, el más ligero guiño, ser simpáticas, amables... nuestra imaginación hace el resto, de una risa nerviosa somos capaces de construir una novela completa en la que "ella" está perdidamente enamorada de nosotros. No en vano cayó Dante enamorado ante el leve saludo de Beatrice.
Dicen los que se dedican a elaborar estadísticas de dudosa utilidad y más dudoso aún rigor científico, que los niños guapos consiguen más atención de sus padres y se crían mejor. De nuestra parte, la de los hombres, no lo pongo en duda, está en nuestra naturaleza. La belleza no sólo nos atrae, también nos entorpece, nos nubla la percepción. Platón (alguien dice que Lorenzo de Médicis) decía que "el amor es apetito de belleza".
Hay casos históricos que prueban que lo que digo no es una nimiedad. Ha habido guerras que han durado décadas, ocasionadas por el amor desesperado (y no correspondido) de un hombre poderoso por una mujer con pocos escrúpulos. Guerras de verdad, en la que murieron personas (hombres, claro) de verdad. También está aquella guerra de verso y canto que tan bien nos ha contado Homero, cuando la flor y la nata de las ciudades estado del mar Egeo sitiaron durante años y luego destruyeron Troya, solamente por recuperar uno de estos seres incomparables. También se puede decir que la secuela, "La Odisea", es también una metáfora de lo que un hombre enamorado es capaz de hacer por su dueña.
En el mejor de los casos nos resistimos, nos rebelamos y al final conseguimos pasarnos de "galanes" a "imbéciles". Rechazamos a la mujer guapa que tenemos al lado (en la oficina, en la facultad, en el metro). La ignoramos y hasta la maltratamos, o la tratamos peor que "las otras", las que no nos perturban. Y nos creemos fuertes. Y a veces nos damos cuenta de que, aunque sea de otra manera y en sentido contrario, también hemos caído en la trampa, estamos tan enredados en la telaraña como el pamplinas que tenemos al otro costado que escucha embelezado la sarta de estupideces que suelta "ella" con la boca medio abierta y la cabeza inclinada a un lado. Nos sentimos mejores que él (más hombres!) aunque seguimos orbitando ese sol efímero que nos distrae continuamente, que nos ocupa y preocupa aunque disimulemos.
Yo propongo una rebelión organizada, una revolución generalizada que iguale el marcador y ponga las cosas en su sitio. Tenemos que conseguir inmunizarnos, tratarlas normalmente, ni mejor ni peor. Intentar dejar de pensar en si "cuando dijo aquello" en realidad "quería decir aquello otro", "si yo le gusto" (que no tío, que noooo) , "si habrá notado que..." (que noooooooooo), en general dejar de pensar en ellas.
Y salgo a la calle todo confiado y contento, a dar un paseo por centro mi esposa y mi niño, y el cielo parece más azul que nunca, y yo me siento un hombre nuevo. Entonces nos paramos a comprar un helado y el que nos sirve, que es un Hombre, le da a ella, a mi esposa que está al lado de su esposo y con su hijo en la silla de paseo, un helado el doble que el mío, que ha costado lo mismo, y por dentro pienso: la batalla está perdida, y la guerra también.
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